sábado, 1 de marzo de 2008

Artículo Marzo 2008

Cuaresma: tiempo de arrepentimiento, de conversión, de ayuno y penitencia, de limosna y dolor de mis faltas. Sin embargo, estas prácticas piadosas no tendrán sentido alguno si no las ponemos dentro del marco del Amor. Difícilmente podremos vivir un profundo cambio del corazón si no nos sumergimos en las profundidades del amor de Dios, si no descubres que el sacrificio de Jesús de Nazaret es completamente tuyo. Examinar mis faltas, fuera del contexto del amor de Dios, será un esfuerzo estéril y deprimente. Me duele haber pecado porque VEO el amor de Dios. Mi remordimiento no debe nacer simplemente de un sentido de temor por un merecido juicio, sino sobretodo por no haber correspondido al Amor de los Amores, al Amante Perfecto, al Amigo que nunca falla, al Único que tiene la medida de mi corazón.



Para poder exultar de júbilo en la mañana de Pascua hay que haber escuchado el testamento de Amor del Maestro en el cenáculo cuando Él nos dejo su presencia tras el velo de la Eucaristía; hay que haber unido nuestras lágrimas y nuestra decisión de seguir la voluntad del Padre, como Él en Getsemaní; hay que haber vivido el juicio del mundo y permanecer fieles a nuestro llamado; hay que haber recorrido de la mano de la Madre del Nazareno la Vía Dolorosa; hay que haber muerto a uno mismo en el Calvario en nuestro propio ofrecimiento al Padre; hay que haber pasado un sábado en el silencio de la tumba de nuestra propia soledad. Sólo así podré unirme al júbilo de la creación el Domingo de Pascua.


Que este mes de primavera sea para cada uno de nosotros un renacer de nuestro espíritu, de nuestra entrega, de nuestro compromiso a la evangelización. Seamos como María Magdalena, impulsados y contagiados con la victoria de la resurrección salgamos corriendo con anhelo de anunciar la Buena Nueva. Que La Pesca Milagrosa cuente con nuestras redes, con nuestras manos, con nuestras bocas… porque no tenemos miedo, Él ya venció al mundo.


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